Odio mi cuerpo.
Últimamente evito mirarme al
espejo. Me veo demasiado alto para tener 13 años. Se me han quedado cortos los
pantalones, y de repente mi cara está llena de granos. Eso es lo peor: los
granos. Los tengo por toda la frente y la nariz. A veces me sale uno exageradamente
grande, y me lo exploto (aunque mi madre me dice que me esté quieto, que se me
quedarán cicatrices, ella no entiende lo que es ir al instituto con eso en la
cara).
El otro día me llamaron Ferrero
Rocher. Fue el imbécil de Antonio, que como él no tiene acné… Le di un empujón
y lo tiré al suelo. No quería ser tan bruto, pero es que no controlo mi fuerza.
Eso no está tan mal: soy el más alto y el más fuerte de la pandilla. Mi padre
me ha prometido que cuando cumpla 15 podré apuntarme al gimnasio: me podré
petado. Ahora tengo que conformarme con la natación.
Pero tampoco está mal. Me están
saliendo pelos, y creo que la tengo más grande. A veces, cuando llaman por
teléfono y lo cojo yo, me confunden con mi padre. La voz me va cambiando. Me
gusta tenerla grave, aunque a veces me juega una mala pasada y me salen gallos
cuando grito.
En realidad, puede que no odie mi
cuerpo. Si tan sólo me desaparecieran los granos…
***
Odio mi cuerpo.
Ayer me vino la regla, y estoy
amargada. ¡Tengo sólo 11 años! A Raquel también le ha bajado ya, así que la
llamé a ella por teléfono. Somos las únicas del grupo que “ya somos mujeres”.
Odio esa expresión, y es la que utiliza mi madre cuando quiere hacer referencia
a cualquier cosa relacionada con la regla.
Me han crecido los pechos, y me
siento muy incómoda. En Educación Física los niños se ríen cuando el profesor
nos pone a correr. Me aprieto el sujetador para que no me boten, pero es
inútil. Me he empezado a depilar las piernas. Es un rollo, pero me gusta como
quedan: suavitas. Raquel dice que le encantan mis piernas, que son como de una
modelo. A mí también me gustan, la verdad.
Creo que es lo único bueno de
todo este lío de cambios. Porque ni yo me entiendo. Estoy tan normal, y de
repente me pongo triste, o me enfado. Hay días en los que me levanto
perfectamente. Ahora, otros en los que es mejor ni hablarme.
Aunque, bien mirado, hoy me he
levantado bien. No odio demasiado mi cuerpo. Hoy me veo guapa. Creo que llevaré
pantalones cortos, y me dejaré el pelo suelto para ir a clase…
Mi pequeño ya no es el que era… Desde que cumplió sus 14 añitos ya no quiere relacionarse con la familia como antes hacía. Ahora sólo quiere estar con sus amigos, y se encuentra todo el día irascible. No sé si esto es algo pasajero o mi hijo ya ha cambiado para siempre. Me gustaría que pudieran explicarme qué le puede estar pasando y si ya no hay vuelta atrás. Carmen
ResponderEliminarHola Carmen, los adolescentes pasan por cambios importantes durante esta etapa. Piensa que están madurando para ser capaz de afrontar más adelante la adultez. Las relaciones con los iguales cobran en estas edades una mayor importancia de la que tenían antes. Es positivo que tu hijo ya no sea el mismo porque significa que día a día se está volviendo más inteligente y está madurando. En el post: “Huellas para comprender: cambios físicos” explicamos los cambios que sufren los adolescentes durante estos años, esperamos que te sirva de ayuda. Por último, comentarte que las relaciones con los familiares cuando pasa este periodo vuelven a ser como antes, incluso mejor, así que por eso puede estar más que tranquila.
ResponderEliminarEl equipo profesional.